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Silvia Ribeiro*
Monsanto está bajo una ola de juicios en Estados Unidos, acusado de haber causado cáncer a los demandantes con glifosato, sabiendo que era dañino, incluso potencialmente cancerígeno (http://tinyurl.com/y7zhel5d).
A esto se suman nuevas acusaciones contra la trasnacional y el glifosato: la destrucción de bacterias presentes en el intestino humano, esenciales para la buena salud digestiva, del sistema inmunológico e incluso para el funcionamiento del cerebro. Parece nimio, porque no solemos reconocer la importancia vital de los billones de bacterias que forman nuestro microbioma, pero lo cierto es que son cruciales para la salud y el buen funcionamiento de muchos órganos, incluso del sistema general que es nuestro organismo. Mientras que la ciencia avanza en reconocer la importancia del microbioma, Monsanto ha estado incisivamente destruyéndolo por décadas.
Este es el núcleo de la acción legal contra Monsanto que seis consumidores de Missouri iniciaron en junio 2017, por difundir información falsa sobre los daños del glifosato. El glifosato actúa como herbicida inhibiendo la acción de la enzima EPSP sintetasa, indispensable para la síntesis de varios aminoácidos importantes, que a su vez construyen proteínas.
En lenguaje sencillo, cuando esa enzima no actúa, la hierba no se puede desarrollar y muere. Monsanto ha afirmado repetidamente que cómo esta enzima solo existe en plantas y no en animales y humanos, el glifosato es seguro para nosotros y nuestras mascotas. (http://tinyurl.com/ycsm4g94).
Pero la enzima sí existe en las bacterias que están en nuestros órganos digestivos y, por tanto, la ingestión continua de glifosato las va matando, inhibiendo no solo su función benéfica, sino produciendo adicionalmente un desequilibrio que permite que otros microorganismos dañinos se expandan.
Monsanto inventó el glifosato en 1974 y lo vende desde entonces, es una de sus principales fuentes de ganancias. Pero lo que realmente provocó el aumento exponencial de su uso fueron los transgénicos tolerantes a glifosato, como soya, maíz y algodón transgénico. Antes de los transgénicos, el glifosato dañaba también al cultivo, por lo que su uso era menor y limitado a ciertos momentos de la siembra. Con los transgénicos, el uso se multiplicó hasta 2000 por ciento en Estados Unidos, matando todo lo que hay alrededor del cultivo, pero también generando rápidamente resistencia en esas hierbas, que pasaron a ser llamadas supermalezas, porque resisten glifosato y otros herbicidas.
Más de la mitad de los campos de cultivo en Estados Unidos tienen supermalezas y en los estados del sur, por ejemplo Georgia, más de 90 por ciento de las fincas tienen una o más hierbas invasoras resistentes. Situaciones similares se repiten en Argentina y Brasil, que con Estados Unidos son los tres países con mayor extensión de cultivos transgénicos.
Ante esta situación, los agricultores comenzaron a usar dosis cada vez más altas y repetidas de glifosato y a su vez Monsanto y otras trasnacionales de transgénicos aumentaron la concentración y los surfactantes presentes en los agrotóxicos, aumentando su toxicidad.
Actualmente, sufrimos una epidemia silenciosa de glifosato –sea por inhalación directa en campos, por ser vecinos a zonas de fumigación o por los muy extendidos y cada vez más altos residuos en alimentos, principalmente los productos industriales que contienen soya y maíz transgénico.
A la sombra de esta amenaza, se ha desatado otra, directamente relacionada. Ante las hierbas resistentes, las trasnacionales de agrotóxicos y transgénicos comenzaron a hacer cultivos transgénicos tolerantes a varios herbicidas al mismo tiempo, aún más tóxicos y peligrosos. Una de ellas es la soya RR2 XTend de Monsanto, que tolera glifosato y dicamba, otro agrotóxico de alto riesgo.
Esta soya y el cóctel tóxico que la acompaña, comenzó a usarse en Estados Unidos en 2016 y ya es motivo de fuertes conflictos, porque dicamba mata o daña mucho más que las hierbas del campo donde se aplica: por deriva, ha dañado también los cultivos de otros campos, incluso los de agricultores que plantan soja transgénica de versiones anteriores, no tolerante a dicamba. Dicamba es un potente agrotóxico, que puede matar siembras de hortalizas, frutales, ornamentales y hasta árboles. Además de su toxicidad, tiene alta volatilidad, pero según Monsanto, la formulación para soya Xtend es de baja volatilidad.
No obstante, los daños de siembras por usar esta soya con dicamba se han desatado en Arkansas, Missouri, Tennessee, Iowa y todo el tiempo salen nuevos reportes en más estados, lo que ha generado desde conflictos graves entre agricultores –incluso un muerto– hasta demandas legales y contra seguros, que a su vez, no quieren asumir los daños.
Arkansas prohibió en julio el uso de dicamba y varios otros estados han cambiado a regulación más estricta, según los agricultores casi imposible de cumplir. Seis granjas industriales de Arkansas iniciaron a fines de julio 2017 acciones legales contra Monsanto, Basf y DuPont Pioneer, que son quienes venden los agrotóxicos que requiere la soya Xtend.
Brasil y Paraguay ya han aprobado la siembra de soya tolerante a dicamba. En México, se aprobó la siembra de algodón transgénico tolerante a glifosato, dicamba, glufosinato e insecticida en una misma planta, muestra clara de la evolución de los transgénicos: cada vez necesitan más tóxicos.
Por la salud de todas y todos y la del medioambiente del que dependemos, por las economías campesinas que nos dan alimentos sanos, se deben prohibir estos cultivos de alto riesgo, que además sólo benefician a las trasnacionales.
* investigadora de Grupo ETC
Publicado en La Jornada, México, 5 de agosto de 2017