¿Así, o más claro?

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Por Silvia Ribeiro

Seguro ya lo saben, lo han oído, leído o visto. O les crece del pecho, de las raíces más profundas, del corazón, de la razón: México, los pueblos del maíz, las mujeres, hombres, niños, jóvenes, campesinas, indígenas, estudiantes, amas de casa, trabajadores, artistas, científicos responsables, no queremos maíz transgénico.  Cada día crece en cada rincón del país la indignación y la protesta, cada día conocemos más argumentos para cancelar toda siembra de maíz transgénico y para que no se autoricen las monstruosas solicitudes de Monsanto y otras transnacionales para sembrar millones de hectáreas de esos granos manipulados en el país.

En ese río de resistencias confluyeron la semana pasada personalidades internacionales de conocida trayectoria: Vandana Shiva de India, Pat Mooney de Canadá, Camila Montecinos de Chile. Los tres galardonados con el Premio Nobel Alternativo, que entrega el Parlamento sueco el día anterior del Premio Nobel, para destacar a quienes aportan al mundo conocimientos y acciones cruciales para la vida sustentable en el planeta.

Acudieron en el marco de una semana de Jornadas contra el Maíz Transgénico, organizadas por Jóvenes ante la Emergencia Nacional, Yo Soy 132 Ambiental, Red en Defensa del Maíz, Ceccam, Asamblea Nacional de Afectados Ambientales, Vía Campesina, Unorca, Movimiento Urbano Popular, Uprez, Grupo ETC, Grain; a varias conferencias, actividades y una pre-audiencia del Tribunal Permanente de los Pueblos en Oaxaca, sobre contaminación transgénica del maíz.

Vandana Shiva relató que con la entrada de Monsanto a los campos en India, primero con semillas híbridas y ahora transgénicas, los agricultores de algodón, antes conocidos por un buen nivel de ingresos, ahora forman la región donde hay más suicidios, por no poder pagar sus deudas. Son 270,000 suicidios de agricultores en los últimos años. Mientras que en México, dijo Shiva, pudo disfrutar de los colores y alegría de las luchas, de los cantos y rituales por el maíz, la única música que escucha en los pueblos donde plantan algodón transgénico es la marcha fúnebre.

La contaminación transgénica es intencional, explicó Camila Montecinos, de Grain, y es parte de la estrategia de las empresas para apurar la aprobación de los transgénicos. Empiezan con el contrabando de semillas para siembra –dándolas a agricultores dispuestos o engañados– o distribuyéndolas para alimentación, como en México ha hecho Diconsa, sin avisar que son transgénicas, desatando así la contaminación. Luego las empresas arguyen que es un hecho consumado que no queda más que legalizar. Los transgénicos se apoyan en mitos, agregó, que han quedado al descubierto: hay numerosas evidencias de que producen menos y usan más tóxicos. En países donde se han sembrado por años, como Argentina (segundo productor mundial de transgénicos) causaron una reforma agraria invertida: cada vez menos agricultores, con propiedades cada vez más grandes. De ser un país con buen nivel de alimentación, ahora es un país con creciente desnutrición.  Los transgénicos, continuó Montecinos, no son para agricultores chicos, ni medianos, ni siquiera grandes individuales: son para agricultura industrial empresarial, para que toda la producción alimentaria quede en manos de grandes empresas. Incluso en Estados Unidos, agricultores grandes están protestando por el monopolio, por juicios al ser contaminados y otros abusos de Monsanto, al tiempo que sus semillas transgénicas producen menos y cuestan más.

El objetivo, dijo Pat Mooney, es apropiarse de toda la producción comercial de semillas y eliminar a quien tenga las suyas propias. Monsanto, Syngenta y DuPont controlan ya el 54 por ciento del mercado mundial de semillas y las diez más grandes el 76 por ciento.

Los tres coinciden en que la contaminación del maíz en México, su centro de origen, es un hecho inusitado en la historia de la agricultura y la alimentación, con graves repercusiones a nivel global, por lo que la amenaza de contaminación masiva por la liberación comercial es un tema mundial, que va mucho más allá de México. Contaminar el centro de origen es una estrategia intencional de las empresas: si lo logran aquí, con un cultivo de tal importancia económica, cultural, alimentaria, podrán seguir en cualquier otra parte, arguyendo que no puede ser peor. Estamos en ciernes de un crimen histórico.

Mooney, quien por décadas ha participado en las negociaciones de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de Naciones Unidas (FAO), estaba presente cuando hace treinta años el delegado de México a la FAO peleó duramente para crear la Comisión de Recursos Fitogenéticos en ese organismo, aludiendo que para México era imprescindible e ineludible defender el centro de origen del maíz, por la alimentación en México y el resto del mundo. Contrasta tristemente con la actitud de los gobiernos de México actuales, que han permitido, sin razón, ignorando incluso a sus propias instituciones especializadas, la experimentación con maíz transgénico, y ahora consideran su liberación masiva.

Este es el núcleo de la carta que entregaron las organizaciones mencionadas a José Graziano da Silva, director de la FAO, en su visita a México, reclamando que la FAO debe asumir su responsabilidad para impedir la destrucción programada del centro de origen mundial del maíz. En una protesta en las oficinas de FAO, demandaron también al organismo no avalar la Cruzada contra el Hambre, por ser un proyecto que favorece a las transnacionales y aumentará el hambre, culminando estas Jornadas. Pero la lucha sigue y no terminará. Como el maíz campesino, seguirá creciendo en muchas formas y colores.

 

Publicado en La Jornada, México, 4 de mayo de 2013