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*Silvia Ribeiro El aumento del consumo de carne se presenta a menudo como un índice de desarrollo, como sinónimo de mejor dieta. Sin embargo, las cifras de hambre en el mundo indican que en paralelo al aumento global de producción industrial de carnes, aumentó el número de hambrientos a más de 925 millones de personas, mientras otros mil millones padecen malnutrición y otros mil millones son obesos. Tal como sucede con la agricultura industrial, el volumen de producción no tiene nada que ver con que llegue a los que necesitan alimentos. La cría industrial e intensiva de animales está controlada por oligopolios trasnacionales, que venden a quienes puedan pagar, mientras sus métodos de cría y ocupación de tierras y aguas, desplazan a la producción de pequeña escala, basada en la diversidad y que realmente llega a los que necesitan alimento. Desde la industria de la genética animal (que define qué especies y razas llegarán al consumo) pasando por la producción de piensos y forrajes, hasta la cría y los productos derivados, es una industria concentrada en pocas transnacionales. Solamente unas 4-5 empresas dominan el sector de genética animal (Hendrix Genetics, Tyson, Genus, Erich Wesjohann Group). Seleccionan aves, toros y cerdos hasta provocar una increíble uniformidad de razas, e incluso de individuos en el mercado global (ya que un gallo o un toro pueden ser origen de millones de individuos, haciéndolos uniformes y más vulnerables a epidemias). Las 10 mayores empresas de forrajes, entre ellas Cargill, Tyson, Purina, Brasil Foods (fusión Sadia y Perdigão) y otras asiáticas, dominan 52 por ciento del mercado global. Definen qué se usará para forraje, manipulando por ejemplo para que todo ganado del planeta deba comer maíz y soya, gran negocio para las cerealeras y para Monsanto, Syngenta y otros productores de transgénicos y venenos. La producción y distribución de cárnicos también está en manos de pocas empresas, incluyendo varias de los eslabones anteriores. En realidad, la cría industrial de animales no reduce sino que produce hambre, ya que al menos una tercera parte de las tierras de cultivo del mundo y más de 40 por ciento de la producción de cereales va para forrajes que abastecen esa industria. Si se destinaran directamente a seres humanos, se cubrirían las necesidades calóricas de 3 mil 500 millones de personas, la mitad de los habitantes planeta. Además la cría industrial de animales es uno de los factores más pesados de cambio climático: incluyendo transversalmente todos los procesos relacionados y productos derivados, es responsable de un exorbitante 51 por ciento de emisiones de gases de efecto invernadero. (R.Goodland y J Anhang, World Watch, 2009). Esta industria es también la principal generadora de nuevas enfermedades virales y bacterianas. Según la FAO, en los últimos 15 años, 75 por ciento de las enfermedades humanas epidémicas han sido de origen animal (como gripe aviar y gripe porcina) y 60 por ciento de los patógenos humanos son considerados zoonóticos (provienen de enfermedades animales que mutaron para infectar humanos). Por si fuera poco, los grandes establecimientos de cría confinada crean problemas ambientales y de salud monstruosos: contaminan vastas áreas de suelos, aguas y aire mucho más allá de sus establecimientos. Esto motivó que muchas de estas sucias empresas se trasladaran de Estados Unidos a México y otras partes del sur global, buscando regulaciones ambientales y fiscalización más laxas. Un caso que reúne todo lo aquí descrito es la producción de cerdos de Granjas Carroll (propiedad de Smithfield, la mayor productora de cerdos a nivel global), en el valle de Perote, Veracruz, donde se originó la gripe porcina y donde sus habitantes viven enfermos por la contaminación. La demanda de forraje para la cría industrial de pollos, cerdos y ganados, es también lo que se oculta tras la justificación de que se debe importar y sembrar maíz transgénico en México. Según Ana de Ita, del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano (Ceccam), en 2010 se produjeron en México 23.3 millones de toneladas de maíz y se importaron más de 8 millones. El consumo humano directo fue de 11.8 millones mientras el pecuario alcanzó 16 millones y cerca de 4 millones de toneladas fueron para otros usos industriales. Es decir, México produce el doble del maíz que necesita su población. La producción pecuaria en México está dominada por empresas transnacionales, al igual que la mayoría de la provisión de forrajes, que proviene de trasnacionales como Cargill y ADM. Esta concentración trasnacional se exacerbó a partir del TLCAN, que desplazó la producción pecuaria pequeña, que permitía producir en forma descentralizada, con diversidad de forrajes locales, con mejor calidad, sin generar aberraciones ambientales, dando trabajo a mucha más gente y por tanto erradicando el hambre desde el origen: la marginación y falta de medios para producir. Por tanto, es necesario terminar también con ese mito: México no necesita importar maíz, si se hace es para abastecer el negocio de unas trasnacionales comprando a otras trasnacionales. Que a su vez debilitan el mercado interno de producción de maíz y devastan los sistemas agrícolas campesinos, que se vuelven mucho más vulnerables frente al cambio climático, heladas y sequías. En lugar de todo esto, se debería apoyar la producción campesina y de pequeña escala, que sería mucho más sana para todos.
Datos tomados del informe ¿Quién controlará la economía verde?, ETC Group, www.etcgroup.org/es/node/5298 <http://www.etcgroup.org/es/node/5298>