Diciembre 30, 2002

Cuando el maíz se podía comer

Ultimamente coincido con las multinacionales del agronegocio en que no es correcto llamarle comida Frankenstein a los transgénicos. Después de todo, el engendro del doctor Frankenstein no le hizo nada a nadie, mientras que las nuevas generaciones de transgénicos podrían intoxicarnos a todos. ¿Exagerado? Ojalá así fuera. Juzgue usted mismo.

En Estados Unidos se vienen realizado desde 1991 más de 300 experimentos secretos -pero legales- en granjas que utilizan cultivos agrícolas para producir químicos industriales y fármacos en plantas transgénicas, sin que los vecinos ni el público tengan conocimiento de éstos ni del riesgo que corren. Se está utilizando maíz, soya, arroz, alfalfa, tomate, tabaco y otros. El cultivo preferido, usado en 70 por ciento de los experimentos, es el maíz. Las sustancias producidas son, entre otras, vacunas veterinarias y de uso humano, anticuerpos, abortivos, espermicidas, plásticos y adhesivos. Según la industria, esto ahorra mano de obra y, en general, es más barato.

Ahora un nuevo escándalo de escape de genes transgénicos se desató en Estados Unidos luego de que se hiciera público que la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA) ordenó destruir 500 mil bushels (aproximadamente 17 mil 600 metros cúbicos) de soya, porque se podría haber mezclado con unos cuantos granos de maíz modificado genéticamente para producir una sustancia no comestible, posiblemente una vacuna veterinaria. La soya se utiliza como insumo en 70 por ciento de los productos que se compran en un supermercado, desde comida para bebés hasta conservas, helados, panes, mermeladas y sopas. La FDA obligó a Prodigene, la compañía responsable del experimento, a pagar 250 mil dólares de multa y 2.7 millones de dólares por la soya incinerada.

El descubrimiento se hizo en Nebraska, donde un agricultor plantó unas cuantas hectáreas de este maíz farmacéutico por encargo de la empresa Prodigene. Le pagaron más que por un simple cultivo, pero debía ser secreto y tomar algunas medidas de seguridad, tal como sembrar una cortina de plantas estériles alrededor para que el polen no pudiera diseminarse más allá de su campo. Así lo hizo, pero algunas plantas de maíz que quedaron en su terreno rebrotaron cuando ya había plantado una cosecha posterior de soya. Luego cosechó todo junto inadvertidamente, y lo envió a un silo donde se mezcló con la producción de muchos otros agricultores. Este caso fue descubierto por la FDA en octubre pasado. No fue el primero: ya se había descubierto otro caso similar en septiembre, en Iowa. Según las autoridades, esto demuestra que los controles funcionan, y por tanto no hay de qué preocuparse. La propia industria biotecnológica no coincide: en octubre pasado (seguramente ya alerta de estos casos) decretó normas voluntarias para estos farmacultivos. Por ejemplo, recomienda no sembrarlos en los cinturones cerealeros de Estados Unidos. Luego de los incidentes de Iowa y Nebraska, el Departamento de Agricultura les hizo llegar una lista proponiéndoles 15 medidas para elaborar nuevas regulaciones, entre ellas introducir genes de color diferenciado, no utilizar cultivos alimentarios para este tipo de producción y usar, por ejemplo, tabaco. A esto último se niegan rotundamente, pues su cultivo preferido para modificar genéticamente y producir sustancias no comestibles es el maíz, y no piensan cambiarlo. Dicen que es el que funciona mejor y que se conoce ampliamente su biología.

La industria del procesado de alimentos está furiosa y dice que quiere garantías absolutas y riesgo cero de no volver a contaminar la cadena alimentaria, como sucedió hace dos años con el maíz prohibido para consumo humano Starlink, que se filtró a restaurantes y diversos productos envasados. Retirarlo del público costó más de mil millones de dólares. El gerente de Prodigene, Anthony Laos, responde: "Nada en este mundo está libre de riesgos" (Los Angeles Times, 23/12/02).

Es verdad, no hay aparato de control posible que pueda contener los múltiples factores de riesgo de hacer transgénico un cultivo tan extendido como el maíz. Si la contaminación no se da en el campo, por polen, viento o insectos, puede ser en el transporte, en el silo o en el molino. Debería bastar con ver la contaminación que ha habido de maíces criollos en México, donde incluso la experimentación con maíz transgénico es ilegal. Lo que no tiene ningún sentido es que todos tengamos que correr esos riesgos para que las poquísimas empresas que producen transgénicos sigan enriqueciéndose a costa de la salud de todos.

Unos pocos días antes, Fernando Ortiz Monasterio (secretario ejecutivo de la Comisión de Bioseguridad en México, Cibiogem), al inaugurar el taller latinoamericano Evaluación, gestión de riesgos y participación pública, dijo: "aunque en México la biotecnología había avanzado más rápido que la bioseguridad, contaminando el maíz", no habría que cerrarse a esta tecnología, ya que cuando se acabe el petróleo en México "pagaremos la deuda externa con maíz que produzca combustible". Siendo el encargado de bioseguridad de México, que también representa al país en el exterior, la declaración resulta absolutamente sorprendente. Está proponiendo no solamente usar maíz transgénico, sino además para usos no comestibles, luego de comprobar la inevitabilidad de la contaminación. ¿O será que se refiere a la cantidad de maíz que deberán quemar, tal como sucedió en Nebraska?

Publicado en La Jornada, México, 31/12/2002

Silvia Ribeiro